Estamos a finales de los años ochenta. Tres años después de haber conseguido levantar cierto revuelo con su primera novela
“The Broom of The System” –inédita en nuestro país- y mientras bregaba con la escritura de
“La Broma Infinita”, que le consagraría definitivamente siete años más tarde,
David Foster Wallace publica
“La Niña del Pelo Raro”, un libro de cuentos de todo pelaje. Encontramos piezas descacharrantes, paródicas, mortalmente serias y todas ellas jocosamente experimentales. A pesar de algunos temas que se repiten de un cuento a otro –el culto al poder, las diferencias de clase en entornos bizarros, la aparición de celebridades desmitificadas como si fueran personajes ficticios- el rango de temáticas y estilos tratados es muy amplio; y ello es debido sin duda al hecho de que
“Girl With The Curious Hair” recopila nueve cuentos y una novela corta que habían ido apareciendo a lo largo de la década en revistas varias, como
“Playboy, “Harpers´” o
“Paris Review”, mientras alternaba la escritura de su primera novela con sus cursos sobre filosofía y matemáticas, además de la realización de su tesis sobre… ¡Lógica Modal!
A pesar de cierta dificultad narrativa y argumental (inherente a la pluma de
Wallace) es posible que aquí se encuentren algunos de los relatos más accesibles del autor que nos ocupa, por lo que este libro sirve de excelente punto de partida para comenzar a bucear por las profundidades estilísticas del malogrado escritor.
La fiesta abre fuego con
“Animalitos Inexpresivos” que cuenta la historia de una concursante del mítico show americano
“Jeopardy” y su imbatible reinado en el show siempre que no le hagan preguntas sobre animales; a la vez que desarrolla una relación amorosa con la redactora de las preguntas que le hacen en cada programa. Lo que así contado parece una bizarrada propia de un autor generalmente estrambótico como
Wallace, resulta ser una triste y bellísima historia de amor que muestra la imposibilidad de escapar a la soledad. Otra historia sobre las fallas inherentes a las relaciones sociales en el mundo moderno sería la siguiente, de título
“Por suerte, el ejecutivo de cuentas sabía practicar la reanimación pulmonar”, que en pocas páginas logra meter al lector en una angustiante situación con la que cualquiera podría identificarse. La hábil narrativa de
Wallace consigue que hechos aparentemente aislados –y a ratos oscuros e ininteligibles- logren resonar en un eco de universalidad que puede tocar el ánimo de cualquier lector perceptivo. No importa que el significado oculto parezca escaparse al final. Leyendo entre líneas –y con sucesivas relecturas- descubrimos la riqueza de las reflexiones de un autor que no nos lo pone fácil, pero que tampoco hace que el viaje sea baldío.
El siguiente cuento es el que da título al libro y es un puro ejercicio de sarcasmo, divertido y desagradable a la vez. Se ha comentado que podría ser una parodia del estilo de los autores del
“Brat Pack” y lo cierto es que se ven ecos del
Brett Easton Ellis más chusco, con un personaje prototípico, un yuppie ochentero que se pone el apodo de
“Sick Puppy” y se une a una banda de punks antisociales con los que tiene más de un punto en común. Si bien la historia podría participar de ese nihilismo tan típico de la década que vio nacer al
“American Psycho”, el desarrollo estilo
Raymond Carver consigue intranquilizar al lector de una forma que pocos pueden conseguir, descubriéndose poco a poco los siniestros orígenes del yuppie y el germen de sus desviaciones sexuales en un crescendo que tiene su climax –por así decir- con la misteriosa intervención de esa niña de pelo raro que obsesiona al curioso grupo de descastados sociales. Perturbador y a la vez lúdico. Una obra de arte. Cosa que también podríamos decir del siguiente y mucho más largo
“Lyndon”, el cual cuenta el ascenso en importancia de un simple encargado del correo del presidente
Lyndon B. Johnson.
Wallace cuenta la
historia de este personaje ficticio –con sus propias relaciones familiares y sentimentales- alternándolas con un retrato fascinante de
Johnson. Demostrando al final que los entresijos de la alta política no están en principio tan desligados de las ansias y tristezas de cualquier hijo de vecino. Una increíble conversación final entre la primera dama y este oscuro empleado, deja claro que el amor –a cualquier persona, sistema político o país-, debe florecer en una especie de distancia, justificando así la fuerte personalidad independiente de
Johnson, pero también como aparece cada vez más como un hombre derrotado en los últimos estertores de la historia.
“John Billy” es una absoluta delicia y una auténtica locura después de la sobriedad del anterior relato. La historia surrealista, épica y metafísica de un granjero de Oklahoma que se convierte en un mito más allá del bien y del mal. Escrita con una prosa espectacular, un lenguaje exquisito y una continua acción que incita a pasar las páginas con rapidez, Wallace vuelve a hablar aquí sobre las diferencias entre las percepciones que los demás tienen sobre nosotros y lo que realmente somos, a través de ese granjero de talla gigantesca en continua pugna por sus derechos sobre la tierra con sus envidiosos vecinos. Una epopeya que no desentonaría en la bibliografía del Faulkner más desatado. Por eso quizás la siguiente
“Aquí y Allá” resulta mucho más modesta en apariencia. El relato de la desintegración de un matrimonio se cuenta a través de las respuestas de los dos a un tercer personaje indefinido. No sabemos las preguntas, por lo que este cuento parece ser la primera vez que
Wallace usó esta técnica que después le dio tan buenos resultados en
“Entrevistas Breves Con Hombres Repulsivos”. Cada declaración de uno de los miembros de la pareja se complementa a continuación con la visión del otro sobre los mismos hechos, por lo que el eterno tema de los puntos de vista vuelve a florecer. Un cuento de desarrollo ágil y con un final magnífico.
“Mi Aparición” cuenta como una actriz de televisión es invitada al show de
David Letterman y como su marido y su abogado no dejan de insistirle en que debe actuar todo el tiempo, porque
Letterman sin duda querrá ridiculizarla y eso repercutirá en su carrera. La tensión creciente por la entrevista está magistralmente lograda -¿Exagera su marido? ¿Debe ella relajarse o estar en guardia?-, y al final como es lógico todo resulta ser una metáfora para un tema más personal. Las máscaras que nos ponemos al final acaban devorándonos. Una nueva muestra de la obsesión de
Wallace por la cultura popular en general y la televisión en particular, usando a uno de sus iconos más representativos como tabla de análisis. Después comienza el experimental
“Di Nunca”, en el que la trama –una infidelidad en la que el perpetrador envía una carta describiendo su falta detalladamente- está contada en varias secciones cada una dedicada a uno de los personajes involucrados. Y cada uno de ellos tiene su propia historia, forma de hablar y por supuesto voz narrativa, por lo que es necesario seguir con especial atención el desglose de acontecimientos para un mayor disfrute. Tal cosa no es necesaria en la siguiente
“Todo es Verde” que son solo tres páginas que cubren una simple –pero efectiva- anécdota en la vida de –otra vez- una pareja. Un breve parón, casi un vasito de agua, que deja un buen sabor de boca para afrontar el final del libro. La novela corta (más de 160 páginas)
“Hacia el Oeste, el Avance del Imperio Continua”.
No solo es la historia más larga, también es la más complicada. Y a pesar de todo, resulta que el extraño desarrollo tiene un sentido que, como no podía ser de otro modo, es paródico. Esta
“novella” es una especie de respuesta o continuación no oficial de
“Perdido en la Casa Encantada” el famoso libro de
John Barth que es una locura metaficcional y con rasgos del mejor –o peor, según se mire- post-modernismo. El argumento tiene muchos guiños a la obra de
Barth (en ambas historias aparece un profesor de nombre
Ambrose e incluye algunas citas literales extraídas de la misma), pero en última instancia
“Hacia el Oeste…” es una desmitificación de la novela vanguardista en general, tanto como
“Lyndon” lo era de
Lyndon B. Johnson. La trama, que versa sobre una reunión de viejos actores de anuncios de
McDonalds para rodar el anuncio definitivo, es interrumpida por digresiones del propio autor sobre los personajes y su modo de narrar la historia. Estas interrupciones son divertidísimas y muy auto paródicas, hasta el punto de que todas esas reflexiones sobre la narrativa acaban matando poco a poco la trama, que llegados a un punto concreto deja de avanzar. Incluso hacia el final se inserta un relato corto escrito por uno de los invitados a la convención
McDonalds, que a su vez es también continuamente interrumpido por las meta ficcionales intrusiones del demiurgo que cuenta la historia.
A pesar de todo eso, permanecen los habituales destellos de brillantez y humor absurdo de
Wallace en la construcción de personajes y su entorno. Impagables el actor fracasado que tiene un curioso problema ocular o el hijo del organizador, que apoya la empresa familiar vistiéndose de
Ronald McDonald. Pero mi favorito y sin duda principal blanco del sarcasmo de
Wallace es
D.L., la escritora post-moderna. Una niñata insufrible que vive para el arte y que interviene en diálogos tan memorables como este que sostiene con su marido,
Mark, mientras viajan en el avión que les llevará a Illinois:
“-Creo que te debo una disculpa, Mark-
-No pasa nada, cariño.
-Tengo un problema de voluntad, ya lo he decidido. La postmodernidad no acentúa precisamente la eficacia de la voluntad, como bien sabes. Aunque no puedes negar que lo he intentado.
-D.L. no me parece que gritar “¡Nos vamos abajo! ¡Estamos todos muertos!” antes de que el aparato empiece a moverse sea un intento muy firme…”
(Traducción de
Javier Calvo, Mondadori, 2000)
En definitiva, estamos ante una antología para saborear a tragos cortos o largos, buscando algo nuevo pero a la vez clásico. Tradicional y renovador en un mismo sorbo y siempre divertida.
Wallace todavía se encontraba en camino para pergeñar su gran novela americana,
“La Broma Infinita”, pero muchas de las obsesiones allí señaladas –tanto conceptuales como estilísticas- se encuentran ya disparando efectivas ráfagas de ficción en esta colección de relatos. Es un libro que puede desconcertar en algunas partes, pero en ningún momento deja la sensación de frustración o enfado por un autorzuelo haciendo virtuosismo con la prosa e ignorando al lector. Antes bien, lo que yo experimenté al terminar
“La Niña del Pelo Raro” fueron unas enormes ansias por releerlo e intentar acercarme al mensaje oculto, esa “broma” genial que esconden estos textos e intentar acceder aun más al complejo pero agradecido mundo del autor. Supongo que es como decir que
Wallace “engancha” o que deja con ganas de más; y por supuesto ambas sensaciones son muy positivas.