La editorial de nuevo
cuño El Transbordador inició su andadura el año pasado con esta primera novela
del autor Miguel Córdoba. Parece ser que el libro tenía un periplo previo como
obra auto editada, pero había volado demasiado alejada de mi longitud de radar
–uno tiene tanto que abarcar que al final se pueden escapar cosas
interesantísimas- así que tengo que dar las gracias a los chicos del
Transbordador por habernos acercado esta auténtica joya a los despistados fans
de los libros nuevos (y lo de nuevo no va solo por recién editado, sino por
NUEVO en todo). “Ciudad de Heridas” no es solo una lectura absorbente, sino
también la mejor carta de presentación posible para un sello que desea publicar
género (sci-fi, horror, fantasía…) pero darle un toque “outre” que entronca con
las manifestaciones más modernas de la literatura popular. ¿Y como consigue eso
la obra que nos ocupa? Veamos…
La estructura de
“Ciudad de Heridas”, pese a un inicio que parece lineal, es la de una muñeca
rusa llena de inquietantes capas. La metaficción es una constante en la obra,
dado que comenzamos leyendo lo que podría ser una obra de ficción dentro de
otra y resulta a veces difícil dilucidar qué es lo real y qué lo imaginado
–también resulta un reto etiquetar este libro lo cual es una maravilla,
obviamente- Comenzamos con dos situaciones de puro género: lo que parece un
asalto zombie de los de toda la vida, y lo que podríamos denominar un misterio
de habitación cerrada en clave “weird”. Y todo ello con el hilo conductor de un
misterioso personaje con chistera y un baúl (que nos mira desde la excelente
portada de María Delgado) como misterioso enlace entre todo lo que acontece. Os
voy a ser sincero… odio los zombies, así que cuando vi la clásica cabaña con
infectados me saltaron todas las alarmas pese a lo bien contado que estaba el
asunto. Eso sí, en cuanto pasamos a lo del “misterio de habitación herrada”
debo confesar que el autor me cogió literalmente por los (censurado) y ya no me
soltó. Y acabaron apareciendo más subtramas fascinantes, y más personajes de
esos a los que se le coge cariño, y misterios del pasado… y al final hasta lo
de los zombies molaba, maldita sea. Y el tono de “weird” que Córdoba imprime al
relato, sazonados con ecos borgianos, no escatima por tanto en violencia ni en
erudición.
Pese a esta estructura
compleja y a sus profundos temas –de nada de esto voy a comentar más, porque la
obra hay que leerla para descubrirla- para nada es este un libro complicado.
Llevo muchos años leyendo obras de género que se valen del postmodernismo,
metaficcionismo, surrealismo, vanguardismo, etc… y soy perfectamente consciente
de cuando está usado con un propósito (“House of Leaves” de Danielevski) y
cuando me están queriendo vender una moto (“Matrix” de los Wachowski. Sí, la cosa va hoy de apellidos rusos…), y este “Ciudad de Heridas” es uno de los poquitos
ejemplos de experimentación bien entendida, dentro de unos parámetros de género
clásico. La mención a los “Cantos de Maldoror” de Lautreamont deja bien a las
claras que el surrealismo más cafre es uno de los ingredientes del delicioso
plato, pero también podemos percibir la influencia de Stephen King en los
aspectos más convencionales, que no por ello simples, de la novela. No es
revisionismo ni mimetismo, es simplemente una más de las muchas herramientas
con las que cuenta el escritor para mantenernos completamente pegados a la
página hasta que termina el libro. Que además tiene uno de los mejores finales
que he leído este año, tanto técnica como emocionalmente hablando.
En resumen, “Ciudad de
Heridas” tiene muchas heridas de las que dejan buena huella. Insisto en que su
lectura se pasa en un suspiro, pese a la densidad del aparato de referencias y
riqueza estructural de lo que se nos cuenta, dándole al lector el mejor regalo
posible. Así pues, a no perder detalle de los próximos pasos del señor Córdoba
ni de los chavales del Transbordador, que llevan ya cuatro títulos llenos de gozosas
alegrías y prometen muchos más. En ambos casos estaremos más que atentos.