Este libro de ensayos consigue lo imposible. Que una
sucesión de diatribas, desbarres y filípicas de distinto tono, extensión y
calado –todos ellos culmen recopilatorio de la labor de David Foster Wallace
como ensayista, corresponsal o simple articulista “free-lance”- sea totalmente
homogénea en estilo y forma de abordar el mundo. No importa que Wallace se
dedique a reivindicar la parte más humorística de Kafka o la precaria situación
de las langostas a la hora de ser cocinadas; O que alterne un análisis de campo
del más prestigioso festival de premios
del cine porno, con complejos (y filosóficos) estudios sobre el uso del inglés
americano. Es irrelevante a la hora de abordar la vida de la forma tan
“todoterreno” en que la abordó el malogrado David Foster. A lo que me vengo a
referir es a que todas estas piezas, que van desde el chascarrillo de tres o
cuatro páginas a las tesis kilométricas, comparten un sanísimo sentido del
humor marca Wallace, una erudición y mimo sobre el tema tratado realmente
espectaculares y una insólita capacidad para emocionar, divertir y
culturizarnos con materias que van desde lo ridículo y vulgar, hasta lo más
abstruso e ignoto.
Un libro de ensayos que comienza con la detallada crónica de
los AVN Awards, que han sido denominados los Oscar del porno y que bajo la
pluma de DFW se transmutan en un divertido y a ratos extravagante viaje por un
mundillo –el del cine para adultos- bastante diversificado y lleno de genios,
jetas y actrices divididas en serie A o serie B, según notoriedad o fama.
Especialmente divertidas son las entrevistas con Max Hardcore, gurú del cine X
más destroyer y misógino (procesado por maltratador poco después de la
redacción de este ensayo), o la descripción del sub(sub)género Gonzo –que viene a ser porno supuestamente
realista, rodado cámara en mano y con actrices que finjen no ser actrices- y
que en definición de DFW es la versión “docu-drama” del cine X, comparándolo
con shows como el lamentable “Cops” yanki. En definitiva una guía exhaustiva y
zumbada sobre una ceremonia que daría para el despiporre padre, pero que
Wallace presenta con la rigurosidad que cualquier evento de importancia
requiere. Pero sin olvidar algunas gotitas de choteo hacia el mismo, bien es cierto.
Las dos siguientes piezas son mucho más cortas y directas,
telegráficas y literarias. En una de ellas, perteneciente a una de las
conferencias que Wallace impartió presentando una nueva traducción de “El
Castillo”, el autor intenta convencer a los asistentes (y por ende a nosotros,
lectores) de que Kafka era un cachondo. Pero con matices, claro. La
reivindicación de la parte humorística del genio de Praga no es algo nuevo –Yo
también soy de los que opina que “kafkiano” es un mal adjetivo para definir algo
oscuro, negruno o trágico-, pero DFW propone una graciosísima y a la vez grave
explicación de porque la gente “no pilla” las bromas de Kafka. Recomendadísimo.
Y antes de esta conferencia teníamos la reseña de “Hacia el Final del Tiempo”
de John Updike, obra que Wallace pone a parir. Pero a la vez que lo hace, tiene
tiempo para desarrollar una fascinante reflexión sobre lo “otoñal” en ciertos
escritores y como hacer frente al factor tiempo en el proceso creativo. La
verdad es que a mi se me quitaron las ganas de leer a Updike después de este
artículo.
Frank Kafka en su juventud. Aun no era consciente de que Foster Wallace hablaría de él algún día. |
A continuación, y pillándonos desprevenidos, llega “La
Autoridad y el Uso del Inglés Americano”. Un ensayo extensísimo, prolijo y
apuntalado por anotaciones casi tan extensas como el propio texto (una de las
marcas de fábrica de DFW) que con la excusa de reseñar un diccionario de inglés
hace un pormenorizado recorrido y análisis del lenguaje, su manejo, la actitud
de las personas a la hora de encararlo según raza, circunstancias o estamento
social, y como la única salida sería llegar a una verdadera democracia del
lenguaje; Aunque algunas vicisitudes de la existencia lo hagan una utopía. Este
ensayo se atraganta durante hojas y más hojas –y no voy a negar que a ratos es
denso, densísimo-, pero a poco que uno entre en el juego y se deje llevar por
lo atinado de las indagaciones de Wallace, la experiencia no solo se hace
satisfactoria sino que encima engancha. Vemos a un autor que se muestra
obsesivo con cada tema que trata, y en “La Autoridad…” nos flasheamos al ver el
nivel “nerdiano” de un Wallace que coteja toneladas de diccionarios y tratados
linguisticos y fonéticos de tal forma que parece que este hablando de un
“hobbie” (no olvidemos que a DFW también le iban, y mucho, las matemáticas.
¡Ah, sí! También la literatura y además escribía ¿Dormía este hombre alguna
vez?), que se ha profesionalizado. Por supuesto el humor penetrante y los
comentarios ácidos amenizan lo que, en otras manos, hubiera sido un ladrillo
incomible; Como cuando se refiere a los
defensores del buen habla inglesa como SNOOTS (estirados) y no deja de jugar en
todo el texto con el uso gramatical de este adjetivo. En definitiva una buena
manera de asomarse al uso –y disfrute- del inglés sin perder la oportunidad de
echarse unas risas en el proceso.
Las risas, eso sí, se apagan con el siguiente artículo. Es
una breve crónica de como el 11 de septiembre se vivió en primera persona y
como visitó la casa de su vecina –la señora Thompson- y allí todos los
presentes asistieron al luctuoso e inesperado drama. No es el de Wallace un
recuento reivindicativo de ningún tipo de sentimiento patriótico parcial sobre
el asunto (de hecho el texto empieza con Wallace ironizando sobre la cantidad
de banderas americanas que cuelgan en su barrio), sino una especie de pesar
general, una comunión secreta de todos los presentes en aquella sala de estar
ante la tragedia. A pesar de que también matiza el impacto que debió ser para
cada persona a (sus) distintos niveles. Es como un diario en primera persona,
pero que no recoge datos ni hechos fríos, sino una serie de episodios unidos
que tejen un crisol que acaba emocionando. Aunque volvemos al tono un poco más
festivo en “Como Tracy Austin me Rompió
el Corazón” en el que se desgrana la autobiografía de la tenista a la que
hace referencia el título y que comienza como una loa a su carrera, terminando
como una severa crítica a la frivolidad y estupidez de la que hace gala el
libro.
Y si en el anterior ensayo Wallace hace una atinada
reflexión sobre los deportistas de élite, en el siguiente y kilométrico
“Arriba, Simba”, el escritor hace lo propio con los políticos, los líderes y el
carisma mediático en general. Este ensayo me recordó mucho al divertidísimo
“Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer” en el sentido de que
es un extenso “trabajo de campo”. Una revista (en este caso la Rolling Stone)
envía a Wallace a cubrir la campaña de John McCain para la candidatura
republicana a la presidencia. Lo que sigue es no solo una minuciosa descripción
de todo el entorno periodístico, televisivo y de asesores que envuelve a McCain
sino también un profundo y triste estudio sobre la verdad de los grandes
hombres a los que parece que necesitamos seguir. En la primera faceta y al
igual que en el mencionado ensayo de Wallace sobre el crucero, las puntillosas
descripciones (por ejemplo de los cochambrosos hoteles en los que se alojan los
miembros de la camarilla que sigue a McCain) nos acercan a un mundo
perfectamente delimitado –incluye un glosario de términos informales para cada
elemento de la campaña, incluido el adversario de McCain, George Bush Jr, al
que llaman “El Matojo”)- y tan obsesivo que acaba horrorizando al más pintado y
casi le cuesta a Wallace su, ya por si dañada, estabilidad mental. Con respecto
a la reflexión, no deja de mostrar Wallace cierta amargura debido a la
imposibilidad de calar realmente a cualquier figura política. Un incidente
ocurrido durante la campaña –que el autor relata de forma atrapante- en el que
McCain y Bush comenzaron un enfrentamiento directo en lo que se suponía iba a
ser una campaña libre de polémicas, le sirve a nuestro cronista para, una vez
explicada la curiosísima forma en que se zanjó la cuestión, intentar llegar a
la verdad detrás de la anécdota. Para concluir que –pese a la limpieza de
intenciones que parecía exhibir McCain- cualquier maniobra puede interpretarse
tanto de una manera positiva como negativa. Puede ser verdad o mentira. Un
capítulo final, el de este ensayo, que muestra a las claras el “background”
como filósofo lógico de Wallace.
En el siguiente texto volvemos a asistir a un trabajo de
campo de nuestro escritor, y nada menos que el que da título al libro:
“Hablemos de Langostas”. En este polémico artículo, Wallace se desplazó a la
feria de la langosta de Maine en la que, entre otras actividades, hay una gran
carpa comedor con una gigantesca olla donde las langostas son hervidas vivas
para su posterior uso y disfrute. El reportaje –escrito en ese estilo mezcla de
candidez sarcástica y preocupación filosófica marca de la casa- no sentó muy
bien a los lectores de la revista “Gourmet” donde fue publicado, debido a que
Wallace pareció usar un tono de denuncia de la práctica del hervido vivo de
estos animalillos. El hecho empírico en su opinión de que las langostas
pataleen en la olla y golpeen la tapa con sus pinzas en lo que parecen los
estertores de alguien que desea escapar, parecen invalidar las opiniones que
defienden lo contrario. Reflexiones sobre si el chirrido que emiten al ser
calentadas vivas son gritos de angustia o, según la versión de los defensores
de la comida de langosta, el aire que se escapa de sus cuerpos acorazados. Tras
un repaso zoológico sobre las langostas y la duda razonable de si sus sistemas
nerviosos son tan parecidos a los de otras especies como para sentir agonía,
Wallace concluye que un lector de la revista, un verdadero “gourmet”, debería
plantearse también estas cuestiones. No solo con langostas sino con toda carne
animal cocinada. Un ensayo divertido y muy profundo a la vez.
En “El Dostoievski de Joseph Frank” Wallace retorna al
ensayo literario, en este caso haciéndose eco de la biografía por entregas que
Frank estaba publicando sobre el genio ruso. En la época de este texto, Wallace
había leído el cuarto libro y aun tenía que aparecer un quinto, pero por
supuesto no solo se loa la excelentísima labor de Frank –que aunó biografía,
análisis filológico, social, histórico… para crear el más extenso y fidedigno
relato de la vida y circunstancias de Dostoievski- sino que Wallace también
aprovecha para dar su visión del propio Fiodor, el cual sabemos que fue
importantísimo para él en la concepción de su propia escritura. De un
sarcástico observador de los problemas del ser humano –Vease “La Niña del Pelo Raro”- paso a un escritor más implicado con ese problema de “ser humano” y más
dispuesto a buscar soluciones y alternativas antes que dedicarse simplemente a
vociferar sobre esa molestia vital.
Aparte de este mensaje, sin duda el
epicentro vital del estudio –aparte de la reivindicación de la labor académica
de Frank, como es lógico- quisiera destacar el hilarante momento en que David
Foster se queja de algunas traducciones arcaicas de Dostoievski al inglés. Los
fragmentos de estas traducciones que corta y pega dejan claro que a veces los
traductores ingleses hacen más arcaico y totalmente artificial el lenguaje del
genio ruso. Ejemplo:
“¡Anastasia
Filipovna! –articuló el general Epachin en tono de reproche.
En definitiva, un documentadísimo y genial acercamiento no
solo al gran Fiodor sino también a su más esforzado biógrafo.
En “Presentador” volvemos a ratos al Foster Wallace más
experimental y abstruso. Como excusa, el show radiofónico de John Ziegler,
presentador obsesionado con el caso de O.J. Simpson. Como objetivo, retratar el
dominio casi total de la ideología conservadora en las tertulias de radio
americanas. Wallace argumenta que quizás la mentalidad más combativa y abusona
de la derecha conlleva este fenómeno –no es por atacarles directamente, dado
que David Foster no entendía mucho de política y votó tanto a republicanos como
a demócratas- de tener programas en los que avasallar al personal a base de
opiniones sobre “negros de mierda”; Un término que parece que Ziegler ha usado
más de una vez, supuestamente en broma, y que ha conseguido que lo echen de
todas las emisoras en las que estuviera trabajando en cada momento que el
exabrupto le salía de la boca.
Tal que así se lee "Presentador" |
El artículo no esta salpicado de notas kilométricas, como
suele ser habitual, sino que tiene los añadidos insertados con flechas a lo
largo del propio texto, como bocadillos adicionales. Esto hace que más bien
parezca que estamos hablando de “hipertexto” y, aunque en líneas generales el
reportaje es claro y explícito –y tan absorbente como los dedicados a otros
temas tan poco apasionantes de este mismo libro- lo es cierto es que este
recurso reduce la legibilidad en ciertos momentos. No obstante son impagables
una vez más las reflexiones de Wallace sobre el tinglado que rodea a una
tertulia radiofónica, la figura casi divina como “host” del señor Ziegler (y
sus peculiares costumbres) y sobre todo, la continua referencia del autor a la
palabra que más se usa para referirse a la cadena de radio y sus programas:
“estimulante”. El señor David Foster recoge el capote y le saca punta a todo lo
“estimulante” que aparece en su crónica y como siempre depara alguna que otra
carcajada.
En resumen, quizás “Hablemos de Langostas” no es el ensayo
más accesible para comenzar a bucear en esta faceta de la obra del escritor
americano –Sin duda le gana en ese aspecto “Algo supuestamente divertido que
nunca volveré a hacer”, sobre todo gracias al reportaje titular-, pero el tomo
que nos ocupa tiene al menos cuatro o cinco textos absolutamente memorables y
un resto que no le va para nada a la zaga. A pesar de los titubeos y crisis
existenciales puestas sobre el papel –marca de la casa-, que a veces nos
apabullen con esa verborrea inagotable que gastaba el autor, la voz
“fosteriana” acaba atrapando a poco que uno se deje; y esa mezcla entre
conversación entre colegas, erudición implacable y humor suponen sin duda el
mejor cóctel para disfrutar enormemente de este ecléctico viaje por la (insólita) psique del autor.
3 comentarios:
Desde luego ese libro promete: juntar gonzo con Kafka. Yo también escribí un expediente langosta:
miquel-zueras.blogspot.com/2010/11/expediente-langosta.html
Y ahora he dibujado una portada de la novela "La cena" en la que el autor exige que en todas las portadas aparezca una langota. Ya te la enviaré.
Tienes buen ojo para los libros.
Saludos. Borgo.
Como ya le hice saber, señor Borgo, excelente portada y aun mejor ojo para los libros ;)
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