A veces tenemos que dar gracias porque una lamentable película destroce la obra de uno de nuestros autores favoritos. Gracias al dramón mezcla de
“Campeón” y
“Transformers” que protagonizó
Hugh Jackman el año pasado, se ha obrado el milagro de reeditarse en castellano la antología que incluye
“Acero”, el cuento del maestro
Richard Matheson que supuestamente adapta el film. Y digo supuestamente porque de tan magna obra solo queda la premisa –el boxeo se prohíbe debido a una ley anti-violencia y los combates pasan a organizarse entre robots-, esquivando toda la amargura, violencia visceral y devastador mensaje del relato de
Matheson para convertirlo en una exhibición de cacharros dándose de ostias y un padre haciendo pucheros junto a su hijo (ambos inexistentes en la obra original). ¿Patético? Pues sí, pero gracias a tal bodrio tenemos de nuevo en las librerías el libro
“Las Playas del Espacio”, descatalogado desde que
Nebulae lo publicara en el 77 y posteriormente lo recuperara
Edhasa. Una obra maestra del relato fantástico que no solo incluye el muy recomendable
“Acero” –aunque solo sea para comprobar cuan errados anduvieron los responsables del film de 2011-, sino que golpea al lector con otros doce trallazos literarios imprescindibles.
Cada vez que vuelvo a
Matheson no puedo evitar recordar lo que
Stephen King comentó acerca de su forma de escribir:
“Cuando pensabas que se tenía que acabar, cuando tus nervios ya no podían seguir soportándolo, entonces era cuando Matheson encendía el turbo y pasaba a la máxima potencia”. Nunca hubo verdad más grande. En esta recopilación es inevitable leer al menos la mitad o más de los relatos con el alma en un puño, dejándose llevar por un
“tour de force” de suspense, horror, drama y emoción difícilmente igualables. A pesar de que la mayoría de historias pueden encuadrarse dentro de la ciencia-ficción,
Matheson se aleja de los tópicos y propone su habitual mezcolanza de humor negro, acción grotesca y terror puro. Nada mejor, por tanto, que
“El Ser” para arrancar esta antología; un relato pesadillesco en el que una pareja se detiene en una gasolinera para encontrarse con un horror humano y otro de fuera de este mundo. Y ambos, como es habitual en este pionero del malestar terrorífico, insertados en un entorno soleado, apacible y cotidiano. Una tónica que cumplen estas narraciones es que encontramos más un ambiente de surrealismo y angustia que de género propiamente dicho, aunque
Matheson como siempre use con acierto las convenciones del terror o la
“sci-fi” como simples excusas para agarrar al lector por donde más duele. Otra historia con pareja en apuros es la soberbia
“El Invasor” en la que un naturalista regresa con su esposa tras
una ausencia de seis meses para encontrársela embarazada. Por supuesto él no es el padre, y ella jura y perjura que no le ha sido infiel. La confusión y dudas morales del protagonista se mezclan con la extrañeza de su casi desconocida esposa, que ahora no para de beber sal con azúcar y leer libros de filosofía y ciencia, a los que antes no se acercaba.
“Cuando Acaba el Día” y
“Una Manera de Sobrevivir” son divertidos y a la vez melancólicos ejercicios de meta-ficción, mientras que
“Hijo de la Sangre” y
“El Funeral” coquetean con el terror clásico. Estas historias son quizás las que resultan menos actuales –los vampiros y hombres lobos de estas historias suenan muy clásicos, como estribillos repetidos-, y aun así se las arregla
Matheson para reflexionar sobre asuntos tan profundos como la educación de un niño aislado o la simple muerte. No hay solo escritura implacable y un estilo a prueba de bomba dentro del género, también es inevitable en el autor dedicarse a desentrañar algunos incómodos aspectos del ser humano, usando la ficción de género para la reflexión, además de para el disfrute del lector. En ese sentido aparecen dos obras maestras como
“El Examen” y
“El Último Día”, ambas con un trasfondo de ciencia ficción pero que se caracterizan por un sensible –y nada sensiblero- humanismo. La primera cuenta la historia de un octogenario que debe pasar un test para dilucidar si sigue siendo válido en la sociedad actual –con los contradictorios sentimientos de sus familiares al respecto- y la segunda es un inolvidable paseo por los últimos momentos de la humanidad antes de un cataclismo inminente. Es inevitable leer estas dos piezas soberbias con el corazón en un puño, y casi imposible apartarlas de tu mente hasta unas cuantas horas después de haberlas leído (o sufrido). En
un entorno como el de los años 50 y 60, donde proliferó la nostalgia por una
“sci-fi” pulpera y la recuperación de las obras de
Burroughs o
Howard a base de pastiches sin gracia,
Matheson se atrevió a abordar asuntos fundamentales envolviéndolos en una capa de fantasía embaucadora. Muy al estilo de lo que otros genios como
Ray Bradbury estaban consiguiendo por aquel entonces.
No voy a hablar mucho más porque esta antología es para disfrutarla
“in situ”, pero sí destacaré el último cuento, llamado
“El Compañero de Juegos”. Una parodia llena de surrealismo amplificado –o realismo histérico, casi
“pynchoniano” antes de
Pynchon- que rezuma mala leche y humor negrísimo en la historia de una pareja de artistas (un poeta y una escultora), desesperados porque su salvaje hijo no para de molestarles y romper sus cosas. Diversión de muchos quilates y reflexión sobre la vida y el arte con un tono oscuro y estremecedoramente
“naif” a la vez. Una buena coda para un libro que hace vibrar como solo la mejor literatura puede hacer y que vuelve a demostrar que cualquier tiempo pasado… fue perfecto.