Una vez más nos sumergimos en los
neblinosos y lóbregos dominios del belga Jean
Ray con una terrorífica antología publicada en 1932. En “El Crucero de las Sombras”, Ray se aleja de la pura trama de las
aventuras de Harry Dickson, pero sin
perder un ápice de ese tono de locura y diversión que caracteriza a la obra del
autor de “Malpertuis”. Pero con el
añadido en este caso de un cierto toque “fabulador” que le da una sensación muy
acogedora a estas piezas, con un cierto ambiente marino y de historia contada
en tabernas junto a la chimenea.
En “La Presencia Horripilante”, Ray
abre fuego con una clásica historia de manos fantasmales golpeando puertas a
medianoche, venganza y extrañas llagas que aparecen en la piel, no se sabe
desde donde…. El ambiente de “reunión”
en la que comienza a contarse el asunto del relato nos retrotrae a clásicos del
fantástico como “Otra Vuelta de Tuerca” o
“La Mujer Alta”, pero con un toque
de bizarría “pulp” más que
bienvenido. Con un ánimo menos canónico y más original podrías encuadrar el
cuento llamado “El Fantasma de la Cala”,
que es más bien una historia de fantasma “con truco”. Nuevamente dos marineros
planean beberse las botellas de un barco de cargamento en el muelle,
encontrando uno de ellos un destino atroz. Un espíritu verde y cadavérico será
el cebo dejado por Ray para que el
final sorpresa nos pille con el paso cambiado.
En “El Libro de los Fantasmas” y “Casa
en Venta” nos alejamos del ambiente estibador y caemos de lleno en una
caterva de demonólogos mezquinos, siempre dispuestos a hacer maldades con sus grimorios
mágicos. Hechicería desbocada, viejas rencillas por un juicio injusto y el
fantasma en llamas de un juez implacable, que se aparece en sucesivas
generaciones de inquilinos en su mansión, asustándonos, asombrándonos,
matándonos de placer con una prosa tan directa como afilada. El tono amistoso
de “te voy a contar una anécdota” reaparece en “La Cól Ácida”, un originalísimo cuento de gastronomía fantasmal,
con una evocadora parada de tren en la que nadie parece apearse y que da a una
ciudad aparentemente muerta… pero con un curioso restaurante iluminado, abierto
toda la noche.
En “M. Wohlomuth y Frankz Benscheider” volvemos a las lecciones de “folletín” grotesco con dos científicos
locos y unos bebedizos que conectan dimensiones. Una planicie de ensueño y un
rostro monstruoso en la pared son los elementos que consiguen desasosegar al
lector en este divertido y a la vez profundo cuento. Aunque sin duda uno de los
mayores “tour de forcé” de esta
antología es “La noche de Pentonville”,
un estupendo relato ambientado en un penal con ahorcados que se vengan de sus
verdugos. Además del clasicismo inherente a una historia de fantasmas clásica,
encontramos un gozoso toque gore, por
ejemplo con la aparición de la cal viva derritiendo un cuerpo. Todo para
desarrollar un sentido alegato contra la pena de muerte, resumido en esa genial
frase: “Ellos Vuelven”. Sin embargo,
quizás mi favorito personal de este crucero sea “Ronda nocturna en Koenigstein”: Un hotel ocupado solo por 12
artistas, un misterioso poema que reza “los
12 que en realidad son 13” y esa presencia del treceavo impidiendo la
fiesta desde la oscuridad. Escalofrío.
8 comentarios:
Mr. Wolfville , La Presencia Horripilante es una obra que le hace bastante, pero de la cual tengo un grato recuerdo. Gracias por recordarnos a otro escritor genial. Saludos.
Dios mío, leí "El crucero de las sombras" hace tropecientos años, en una casita de pacas de paja, en una aldea de Albacete... ¡Ya no me acuerdo de nada! ¡Tengo que revisitarlo!
Jean Ray es un autor in-creí-ble, no sólo por lo bueno, sino también por lo original, impredecible, hasta grotesco en su capacidad de imaginar cosas outrés.
Recuerdo un cuento suyo sobre un tipo que trataba de cazar con carabina un pterodáctilo, como si fuera la cosa más normal del mundo, en el que al final aparecía una especie de pulpo gigante y fantasmal... Para nada, para no hacer nada, simplemente para estar ahí y horrorizar. No recuerdo el título, pero más que un cuento parecía un mal viaje o una intoxicación etílica. De quedarse loco.
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Emilia
¡Madre mía, qué recuerdos! Me leí un montón de libros de Jean Ray de la biblioteca pública. Eran una colección de libros rojos de tapa dura.
Sobre Ray puede volverse sin miedo a la rutina o a la decepción... Como dice el señor Míguez, su gusto por la extravagancia es tal que nunca acaba uno de explorar sus hallazgos... aunque por otra parte me pasa como a don Alberto: leí este y Los cuentos del whisky en aquella antología que dedicó al belga Acervo hace muchos, muchos años... y apenas me acuerdo de nada (¡mejor, así podré disfrutarlos de nuevo sorpresa en ristre!)
EL ABUELITO
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