El otro día y gracias a las bondades de este invento demoníaco conocido como Internet –buscad en You Tube, buscad-, tuve la oportunidad de revisar “Conde Drácula”, esa versión canónica de la novela de Stoker que se cascó en 1977 nada menos que la todopoderosa BBC y de la cual, al haberla visto en la TV cuando tenía unos 10 o 12 años, tenía un recuerdo bastante oscuro. La noble casa televisiva de tantas y tantas adaptaciones literarias de fuste llenas de fidelidad y mimo en decorados y caracterizaciones, que muy curiosamente tras haber realizado unas doscientas mil versiones de Dickens, Brontë, Christie, Doyle etc… algunas de ellas incluso repetidas –he perdido la cuenta de versiones de “Cumbres Borrascosas” que han emitido-, curiosamente, digo, resulta que del clásico “Drácula” de Stoker solo han rodado esta versión que nos ocupa. Arcadas me dan al recordar aquel despropósito que parió Granada TV (competencia de la BBC) en el 2006.
Por desgracia, y a pesar de la simpatía y buenas
intenciones a priori, este “Count
Dracula” tiene el hándicap de haber sido pergeñado en los locos años 70.
Una época en la que la BBC todavía
adolecía de medios, de ganas de ser extremadamente fieles a los originales y,
sobre todo, un tiempo en el que los vampiros fílmicos todavía estaban de moda y
había que abrazarse a ciertas convenciones. La historia tiene notorios bajones
de ritmo y el libro no esta lo suficientemente bien reflejado a pesar de la
duración de tres horas –divididas en dos capítulos- del telefilm. A pesar de
cierta gracia de los decorados y un par de efectos simpaticotes, la producción
es barata como ella sola, el cartón piedra canta en algunos momentos y los
murciélagos que acechan en las ventanas duelen tanto como los de la época de Lugosi.
Por supuesto que si comparamos la película con otros
destrozos de su periodo (leasé “El Conde Drácula” de Jess –ruedamierdas- Franco), esta se eleva en calidad y en fidelidad al original. Es
verdad que la trama sigue los eventos más importantes de la novela punto por
punto, incluidos algunos que son obviados por sistema en otras versiones –lease
la aparición del entrañable marino Swales
o la tétrica muerte de la madre de Lucy
Westenra-, pero a veces esos elementos aparecen con afán enumerador, casi
por cumplir. Igual que la versión de Coppola
se limitaba a ilustrar formalmente todos esos elementos de la trama sin una
verdadera fidelidad que no fuera más que superficial, este telefilm de Phillip Saville también cae en esa
trampa. Además de pasar a vuelapluma por algunos giros que quizás se entendían
obvios en aquella época.
Saville no
aborda “Drácula” con la intención
exhaustiva que requeriría un verdadero acercamiento canónico a la novela,
incluyendo una explicación plasmada de su tema fundamental: el vampirismo, sino
que da por sabidas las convenciones del género, gracias a la sobreexposición
colmillera de los años 50, 60 y 70. Así pues, tenemos a las tres lascivas
vampiras, los murcielaguitos volando, la niebla, a los cazadores de vampiros,
capitaneados por un Van Helsing que explica
pocos detalles de la amenaza, la vampirización de Lucy, un Renfield que
acumula planos llenos de sopor, las estacas sangrantes, los ojos rojos… todo
muy visto, todo muy rutinario. Nada que haga suponer que esta versión de la
obra es algo diferente a cualquiera de los acercamientos anteriores, a pesar de
su supuesta fidelidad a prueba de bomba.
Los actores son más que
correctos –quitando ese soso Renfield
y una Mina extremadamente frágil
para un personaje normalmente tan fuerte-, y destaca la interpretación
desapasionada y calculadora del genial Louis
Jordan en el papel del Conde. Hablando un perfecto inglés con un ligerísimo
acento –igual que el original de Stoker-, su presencia es atractiva e intimidatoria
a partes iguales. A pesar de que caiga en el tópico “latin lover” que instauró Lugosi
–un vampiro mucho más atractivo, mundano y afeitado que el original-, su
sobriedad, sus miradas, su ironía y algunos gestos animales le colocan muy
cerca de la calidad de todo un Christopher
Lee, sin imitarle en lo más mínimo. También, a pesar de su poco desarrollo,
es muy disfrutable Frank Finlay en
el papel de Van Helsing. El eterno Lestrade –interpretó al inspector en “Estudio de Terror” y “Asesinato Por Decreto”-, otorga un
tono académico, con un genial acentorro holandés, al eterno detective de lo
oculto.
El resto son, como decíamos, decorados desangelados, excéntricos efectos
de luces y fotografía –planos de fondo del rostro difuminado del conde,
incursiones en el blanco y negro, apariencia de teatro filmado a lo “Estudio 1”- absolutamente risibles hoy
en día (y me atrevo a decir que también entonces). Y, a pesar de la mayor
fidelidad, nuevas y bizarras “novedades”: Lucy
y Mina son hermanas –casi duele oir
lo de “Mina Westenra”- y Arthur Holmwood y Quincey Morris se fusionan en Quincy
Holmwood, que lo interpreta Richard
Barnes con un muy estúpido acento texano.
Y hablando
de estupideces, ahora viene la reflexión absurda a la que me refiero en el
título de este post. Visionar este film me ha recordado algo a lo que le llevo
dando vueltas desde hace un tiempo, no dejándome dormir el asunto. En la famosa
escena de la novela en que las tres vampiras seducen/atacan a Jonathan Harker, este se encuentra en
un estado de duermevela, más dormido que consciente. Así y todo, ve como Drácula aparece, aparta a las tres
chupadoras y tiene con ellas el famoso diálogo de “Yo también puedo amar” / “¿No
nos das nada esta noche?” etc… y que culmina con el conde entregándoles un bebe
a las tres sanguijuelas a modo de pedido del McDonalds. Si recordáis la versión de Coppola, este diálogo lo mantienen en rumano, que sería lo más
lógico (Harker esta medio dormido y
además hablan entre ellos, sin dirigirse al inglés), pero tanto en la novela
como en todas las demás versiones al cine –incluida esta de la BBC que nos ocupa- el conde y sus tres
amancebadas vampiras hablan en ingles.
¿Cuál es
la necesidad? ¿Será que Harker sueña
lo que dicen? ¿Será que consigue entender más o menos de lo que están hablando
y así lo plasma en su diario, a pesar de que no tenía ni idea del idioma? ¿Será
que Drácula también ha obligado a
sus tres concubinas a aprender inglés para dominar el mundo? ¿Entonces porqué
no se las lleva cuando viaja a Londres? ¿Quizás el Conde consiguió perfeccionar
su inglés a base de estudiarlo con estas tres alimañas y practicarlo los cuatro
juntos en comandita en las solitarias noches en el castillo? Ah… cuanta duda.
Creo que acabo de dar con algo que en la, a veces denostada (y con razón)
versión de Coppola, tiene incluso
más sentido que en la novela de Stoker.
Y esta ha sido mi reflexión inútil de hoy.
7 comentarios:
A mí también me desconcertó esa curiosidad idiomática cuando revisé el telefilm hará un par de años pero es que esas libertades eran habituales en las producciones televisivas de entonces. Guardaba un buen recuerdo de este Drácula con un adecuado Louis Jourdan pero ha envejecido mal aunque no tanto como el horrible "Drácula" que protagonizó Jack Palance en 1973 a pesar del guión de Richard Matheson. Saludos. Borgo.
Mr. Wolfville, mi humilde hipotesis al respecto es la siguiente, tambien puede ocurrir que como Dracula es un vampiro tan poderoso, controlo la mente del pobre Harker, para que aquel entendiese parte de tanto horror. Es posible de que al film lo haya visto cuando niño, pero no lo recuerdo, me lo apunto. Un saludo.
Uy, pues me has picado la curiosidad con esta versión. Por cierto, el Drácula de Coppola es de mis películas favoritas, y creo que han de entenderse (no solo para Drácula, sino para cualquier adaptación) libro y película como dos obras independientes, evitando las comparaciones.
Pues no sé yo porqué ha de ser denostada la (ya a estas alturas entrañable) película de Coppola, ya que todo el mundo que lo hace no me da nunca la menor explicación satisfactoria...
Por lo demás, su observación me parece divertidísima y nada absurda... Me imagino que el diálogo real tuvo lugar en rumano y Harker lo medio entendió debido precisamente al estado alterado (vampíricamente) de conciencia en el que se hallaba, y su forma final en el diario es una reconsturcción algo literaria, eliminando blasfemias y maldiciones...
Carallo, no conocía esta versión televisiva; lástima que se rodase en los setenta, con su corolario de estéticas abominables y sus ritmos locuelos. Todavía está por hacer, y casi creo que es mejor así, una versión fiel a la obra de Stoker: nunca de todos modos estaríamos del todo conformes los fans con el resultado...
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