Pues al fin, y tras la anterior semana vampirizada, culminamos el especial dedicado a la creación de Stoker con la más rabiosa actualidad: el nuevo montaje hispano en el Teatro Marquina (Madrid) de la mítica obra teatral “Drácula” de Hamilton Deane y John L. Balderston. Aun estáis a tiempo de verlo, porque las representaciones acaban el 29 de febrero, y aunque nada de lo que se ve sobre las tablas es original la obra presenta no solo la oportunidad de ver al fin en directo una pieza legendaria dentro de la historia del Conde, sino además un buen entretenimiento para todo tipo de públicos. Estamos hablando de la primera versión teatral de la obra de Stoker, la que interpretó Bela Lugosi –cuyo éxito acabaría llevándoles tanto al texto como a él mismo al cine- y la cual ha contado, durante toda la historia, con versiones estelares a cargo de actores como Jeremy Brett, Daniel Day Lewis o Frank Langella, el cual también llegó al celuloide con su interpretación.
Así pues el “deja vu” está garantizado en el montaje de Bazo y De Juan. Es exactamente la misma historia que adaptaron Tod Browning y John Badham, con ligeras modificaciones. Una pequeña pieza de cámara que comienza ya con Mina en proceso de vampirización y que muestra al Conde haciendo visitas sociales a la enferma hasta el inevitable final. Mientras tanto, el trasfondo de la novela se va desgranando en las conversaciones entre el Profesor Van Helsing (Emilio Gutierrez Caba, llevando el peso de toda la obra) y el Dr. Seward (Cesar Sanchez), así como las intervenciones de Jonathan Harker (Martiño Rivas) y la propia Mina (María Ruiz). Todos ellos nos presentan el clásico retablo: Lucy, en este caso hija de Van Helsing, muerta por una extraña enfermedad y la investigación de los mismos síntomas en Mina. Así como dos personajes que parecen saber más de lo que parece: un loco comemoscas de nombre Renfield (un gimoteante Mario Zorrilla) y un extraño noble boyardo muy simpático que se acaba de mudar a una casa en ruinas cercana y que responde al nombre de Drácula (Ramón Langa).
Por supuesto que tenemos las clásicas diatribas sobre vampirismo, la incredulidad de los personajes más ilusos al principio y la terrible constatación poco después. A Renfield escapándose de su celda cada dos por tres como ya hiciera Dwight Fry, y también el imprescindible ajo para "perfumar" la cama de Mina. No hay nada nuevo bajo el sol y sin embargo la obra hace disfrutar por igual a expertos y a legos en la materia. Es ágil, excelentemente interpretada y con un juego escénico de verdadero mérito. En una época de crisis como la que vivimos, se agradece que no se haya optado esta vez por el minimalismo y podamos disfrutar de un salón con todos los detalles –escalera incluida-, vestuario acorde con la época y toda una cripta, calaveras incluidas, en uno de los momentos más tensos de la historia.
Porque además la tensión es inevitable. Los efectos especiales, artesanales pero coherentes con el tema tratado, así como los efectos de sonido garantizan más de un sobresalto. Sin desvelar nada, diré que las puertas y los ventanales –mecidos por el viento- son parte fundamental del montaje. Los altavoces del Marquina arrojan desde el primer minuto ruidos siniestros e incluso voces de los actores desarrollando, de forma onírica, algunos de los elementos de la trama que no vemos físicamente en la obra. Y es en estos “soniditos” donde tengo que dar la primera pulla a esta versión: todos estos efectos de atmósfera inquietante me recuerdan, una vez más, a los del “Drácula” de Ford Coppola. Vale que la sombra de este film es alargada –está claro que los más jóvenes reconocen antes a Oldman y su pelucón que a Christopher Lee- pero a estas alturas habría que intentar tirar por otra vía, pienso yo. De todas formas, como decimos, los sustos y efectos especiales están insertados con toda la intención (una de las más canónicas y apreciables del teatro) de hacer partícipe al público de lo que no es sino una celebración. Del poder de la escena y de la magia de una obra inmortal.
De esa cuestión “mágica” de la historia de Stoker tenemos cumplida representación en esta versión de Hamilton Deane, ya que su misma estructura –con Van Helsing contando la historia en un púlpito, como si fuera una de sus ponencias- nos retrotrae a la capacidad oral atávica de la novela original. Si Stoker aprendió las bases de la narrativa cuando languidecía en cama durante su enfermiza niñez y asimilaba las leyendas irlandesas de horror que le contaba su tía, justo es que, siglos después, se nos haga partícipe en directo del propio “cuento” de Stoker con tan maravilloso subterfugio. Máxime cuando la presencia de un Gutierrez Caba por el que no parecen pasar los años, nos implica en el relato de forma mucho más artística de lo que lo haría cualquier montaje “gafapasta” moderno, claro está. Suyo es el ritmo, la diversión y el alma de la obra, pero por supuesto el resto de actores, especialmente Langa y su Drácula carismático y extremadamente sexuado –no faltan los toques sensuales que acompañan al Conde desde que llegó al cine-, resultan un acompañamiento de lujo. Todos sus gestos (amenazadores o conciliadores) son un homenaje al propio Lugosi, detalle que lejos de ser sinónimo de poca imaginación, en este contexto está plenamente justificado. De la brillantez actoral yo excluiría un poco el Harker de Rivas, que me resultó excesivamente afectado y “declamante”. Y con mención especial al ama de llaves que interpreta Amparo Climent, capaz de pasar de la sobriedad victoriana a lo Srt. Rottenmeyer a un inesperado –y alto- voltaje erótico.
En definitiva, nadie esperaba descubrir la pólvora con este nuevo montaje de un clásico mil veces revisitado, pero el humor y la complicidad mezclados con el respeto y un toque riguroso siempre son bienvenidos. Y casualmente los responsables de esta versión tienen en su curriculum el haber llevado a las tablas “La Mujer de Negro” de Susan Hill, cuya nueva versión cinematográfica se estrena casualmente este mismo viernes. Y es que el escalofrío más clásico siempre esta de moda.
Así pues el “deja vu” está garantizado en el montaje de Bazo y De Juan. Es exactamente la misma historia que adaptaron Tod Browning y John Badham, con ligeras modificaciones. Una pequeña pieza de cámara que comienza ya con Mina en proceso de vampirización y que muestra al Conde haciendo visitas sociales a la enferma hasta el inevitable final. Mientras tanto, el trasfondo de la novela se va desgranando en las conversaciones entre el Profesor Van Helsing (Emilio Gutierrez Caba, llevando el peso de toda la obra) y el Dr. Seward (Cesar Sanchez), así como las intervenciones de Jonathan Harker (Martiño Rivas) y la propia Mina (María Ruiz). Todos ellos nos presentan el clásico retablo: Lucy, en este caso hija de Van Helsing, muerta por una extraña enfermedad y la investigación de los mismos síntomas en Mina. Así como dos personajes que parecen saber más de lo que parece: un loco comemoscas de nombre Renfield (un gimoteante Mario Zorrilla) y un extraño noble boyardo muy simpático que se acaba de mudar a una casa en ruinas cercana y que responde al nombre de Drácula (Ramón Langa).
Por supuesto que tenemos las clásicas diatribas sobre vampirismo, la incredulidad de los personajes más ilusos al principio y la terrible constatación poco después. A Renfield escapándose de su celda cada dos por tres como ya hiciera Dwight Fry, y también el imprescindible ajo para "perfumar" la cama de Mina. No hay nada nuevo bajo el sol y sin embargo la obra hace disfrutar por igual a expertos y a legos en la materia. Es ágil, excelentemente interpretada y con un juego escénico de verdadero mérito. En una época de crisis como la que vivimos, se agradece que no se haya optado esta vez por el minimalismo y podamos disfrutar de un salón con todos los detalles –escalera incluida-, vestuario acorde con la época y toda una cripta, calaveras incluidas, en uno de los momentos más tensos de la historia.
Porque además la tensión es inevitable. Los efectos especiales, artesanales pero coherentes con el tema tratado, así como los efectos de sonido garantizan más de un sobresalto. Sin desvelar nada, diré que las puertas y los ventanales –mecidos por el viento- son parte fundamental del montaje. Los altavoces del Marquina arrojan desde el primer minuto ruidos siniestros e incluso voces de los actores desarrollando, de forma onírica, algunos de los elementos de la trama que no vemos físicamente en la obra. Y es en estos “soniditos” donde tengo que dar la primera pulla a esta versión: todos estos efectos de atmósfera inquietante me recuerdan, una vez más, a los del “Drácula” de Ford Coppola. Vale que la sombra de este film es alargada –está claro que los más jóvenes reconocen antes a Oldman y su pelucón que a Christopher Lee- pero a estas alturas habría que intentar tirar por otra vía, pienso yo. De todas formas, como decimos, los sustos y efectos especiales están insertados con toda la intención (una de las más canónicas y apreciables del teatro) de hacer partícipe al público de lo que no es sino una celebración. Del poder de la escena y de la magia de una obra inmortal.
De esa cuestión “mágica” de la historia de Stoker tenemos cumplida representación en esta versión de Hamilton Deane, ya que su misma estructura –con Van Helsing contando la historia en un púlpito, como si fuera una de sus ponencias- nos retrotrae a la capacidad oral atávica de la novela original. Si Stoker aprendió las bases de la narrativa cuando languidecía en cama durante su enfermiza niñez y asimilaba las leyendas irlandesas de horror que le contaba su tía, justo es que, siglos después, se nos haga partícipe en directo del propio “cuento” de Stoker con tan maravilloso subterfugio. Máxime cuando la presencia de un Gutierrez Caba por el que no parecen pasar los años, nos implica en el relato de forma mucho más artística de lo que lo haría cualquier montaje “gafapasta” moderno, claro está. Suyo es el ritmo, la diversión y el alma de la obra, pero por supuesto el resto de actores, especialmente Langa y su Drácula carismático y extremadamente sexuado –no faltan los toques sensuales que acompañan al Conde desde que llegó al cine-, resultan un acompañamiento de lujo. Todos sus gestos (amenazadores o conciliadores) son un homenaje al propio Lugosi, detalle que lejos de ser sinónimo de poca imaginación, en este contexto está plenamente justificado. De la brillantez actoral yo excluiría un poco el Harker de Rivas, que me resultó excesivamente afectado y “declamante”. Y con mención especial al ama de llaves que interpreta Amparo Climent, capaz de pasar de la sobriedad victoriana a lo Srt. Rottenmeyer a un inesperado –y alto- voltaje erótico.
En definitiva, nadie esperaba descubrir la pólvora con este nuevo montaje de un clásico mil veces revisitado, pero el humor y la complicidad mezclados con el respeto y un toque riguroso siempre son bienvenidos. Y casualmente los responsables de esta versión tienen en su curriculum el haber llevado a las tablas “La Mujer de Negro” de Susan Hill, cuya nueva versión cinematográfica se estrena casualmente este mismo viernes. Y es que el escalofrío más clásico siempre esta de moda.
4 comentarios:
A la semana que viene voy, ¡¡¡qué ganas!!!
Me encantaría verlo. Me encantaría poder escaparme. Ese ama de llaves subida de tono habría que verla. Dios mío, Madrid, tan cerca y tan lejos.
Vale, me has dado envidia de la buena....
Bueno, hay que decirlo, viva Drácula.
Por lo demás, gracias sr. Wolfville por su semana draculística y a ver si el tema no decae, que últimamente ser amigo de lo vampírico no se diferencia mucho de ser del Aleti, se lo digo yo...
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